CXXIV
Para nada
Hoy,
donde los campos de
concentración,
crecen flores,
y la lluvia diseña
riachuelos,
es primavera
y también invierno.
Pasan niños riéndose
y algunos amantes
hacen de las suyas
entre los cedros.
Hoy,
que sólo han pasado
unos decenios,
toda la grandeza que
buscaste,
todo el dolor que
causaste,
ya ves,
en lo que ha quedado.
Nadie te escuchó,
aunque tú creyeras,
te creíste que algo
tan atroz
conmovería a los
dioses,
que te tendrían en
cuenta.
¡Idiota!
No cuentas más que
nada,
ni nadie,
no conseguiste llamar
la Atención.
Los santos, los
diablos,
son cosa nuestra,
los grandes hombres,
las masas
nuestros afanes
clasificatorios.
Somos la polilla
inquieta
que desde los
anaqueles
es contemplada
sin ninguna razón
especial.
Todo nos contempla,
porque no se puede
ir,
está ahí mirándonos,
en este escenario,
todo nos aguarda,
porque al fin
cuando la
inmortalidad,
tras un siglo,
no se vea
interrumpida,
seguirá sin venir
nadie.
Y en los campos
ya no habrá ni rastro
de tanto dolor,
ni rastro
de tu obra,
escultor de carne,
dibujante de humo.
Te esforzaste más que
nadie
y por eso
más que nadie
eres nada.
¿Te imaginas gris
entre todos?
¿Gris?
Yo también a veces
te maldigo,
pero ahora cada vez
me das más pena.
Hay todavía
quien te considera
verdugo,
aprovéchalo,
es tu corta victoria.
Porque en realidad
no lo eres,
ni víctima ni
verdugo,
ni roca ni agua.
Hay algunos
que entran en el
juego
y ahí
eres grande,
eres odioso,
como tú querías.
Pero en realidad
es que estás
al lado de los
santos,
porque santos
y diablos
no cuentan.
Adolfo, ha sido
lamentable,
por lo inútil de
todo.