sábado, 30 de marzo de 2019

CXXV




 CXXV


El perro soñador

En invierno hacía frío,
las hojas habían caído,
los árboles clamaban brazos en alto
inútil y resignadamente al cielo.
Era como un juego, una broma.
En primavera volverían a estar lozanos,
en su plenitud en verano,
aunque en invierno…
El juego era así.
Cuando la respiración dibujaba fumatas
y un rincón con calor parecía el paraíso
él estaba a gusto.
Le sobraba cadena.
Quedaba a su alcance todo lo que necesitaba.
No se percataba de lo corto que era su mundo
hasta que no veía asomar
el color rojo de las cerezas.
Entonces miles de invitaciones se sucedían
y su rincón era algo agobiante.
Debía, pensaba, respirarse mejor a la sombra
de aquel frondoso árbol.
Tan cerca lo veía que a veces olvidaba,
hasta que el tirón le avisaba
del alcance de su vida.
Se sentaba al borde de su mundo.
Mero espectador, y claro,
a un perro encadenado
no le quedaba otra salida
 que soñar.