miércoles, 25 de marzo de 2020

CXLI


CXLI

Una condena mayor


Yo no soy una mala persona.
Pero entre una mala persona y yo
no hay diferencia.
A simple vista somos iguales
porque realmente somos iguales.
Por eso he pensado en
Blair, Aznar y Bush,
en lo que nos parecemos
y en su reunión en las Azores,
una isla bronca, en un océano
siempre amenazante,
en un planeta atrapado alrededor
del Sol, todo misterio
y fuerza desatada.
Hace frio, llueve y pienso en esos pájaros
que viven a la intemperie.
Ellos dicen sí a la pregunta
¿Hay que bombardear Irak?
Sí, dicen, y dan una explicación.
No voy a que es una excusa
en vez de una explicación.
Voy más allá.
¿Cómo se siente un ser humano por
dentro cuando es capaz de
decir sí y lo dice?
Repito, no hablo de injusticia,
de la impostura, de la mentira, del fraude,
ni tan siquiera del dolor,
de la muerte, no, hablo
de lo que debe quedar por dentro.
Cuando se están afeitando,
atusando el bigote,
me lo quito, me lo dejo.
Cuando están amando,
siendo felices,
sabiendo que todo es tan
simple, tan efímero,
tan sin sentido,
tan falso y falto de
consideración.
Que dijeron sí, sólo sí,
y murieron miles de personas.
Yo que sólo soy un hombre,
digo sí y mueren miles de personas.
¿Cómo me sentiría yo?
Me gustará que se viera
el hecho
como se contempla la lluvia,
una puesta de Sol,
un terremoto.
Pero, claro, sabiendo
que lo estás haciendo
tú.
Que ayer te dolió la cabeza
y se te empieza a caer el pelo.
Entonces,
cómo de poco significativo
es todo.
Y tener que seguir
viviendo
y aparentando
la importancia.
¿Cómo se siente uno, señores?

lunes, 2 de marzo de 2020

CXL

CXL

El dictador en el parque


De niño me pasaba horas,
mi madre venía y me
castigaba,
me arrancaba del parque.
Cuando me hice dictador
lo expropié
y no había día,
si no estaba de viaje,
que no descansase en él
unos minutos.
Mi madre ya no venía
y era yo quien castigaba.
No era el parque,
era el edificio de enfrente.
Repleto de ventanas,
por el día el sol se
estrellaba contra los cristales
y había en ellos
fragmentos de árboles,
nubes que se asomaban fugaces,
trozos de cielo, azul puro
y algunos eran simplemente
rutilantes brillantes.
Mi pueblo se ocultaba tras la vida,
quería tener su intimidad.
Por la noche, la oscuridad era mi poder,
yo tenía su intimidad,
la luna complice jugaba conmigo,
rendía sus cuerpos y sus formas.
El crepúsculo acababa toda brillantez,
todo se concretaba.
Eso me fascinaba,
ese momento en que los cristales
se dan la vuelta y traicionan.
De cada ventana manaba vida y maneras,
las intimidades impuestas, el pueblo expuesto.
Prohibí las cortinas, los visillos,
las persianas. Ahora me pasa
que amanece y estoy ahí,
viendo como solo el Sol me hace frente
y dispone de mi reino.
Mi madre ya no viene.
Aquí gobierno,
este es mi parlamento.
Cuando quiero mostrarme humano
y compasivo, caritativo,
generoso,
vengo a pensar de día.
Noto que no me temen, me son esquivos,
ocultos tras el Sol.
Así consigo valor.
Si, por el contrario,
quiero dar muestras de crueldad y firmeza,
vengo de noche.
Todos expuestos, como hormigas,
no se merecen más que mi sereno respeto
y mi compasión.
No pueden ir a ningún lado,
como yo,
que regreso cada día al parque.