CI
Brillante
Acabábamos
de tomar café,
su
madre y yo.
Nos
quedamos solos,
el y
yo, su padre.
Me dijo,
tenía catorce años,
yo, treinta
y cuatro, me dijo,
”Me
gustaría ver a mi madre
y a
Marta, desnudas,
abiertas
de piernas,
mama,
soportándote a ti,
Marta,
soportando a Alfonso".
Señora
y criada, dijo.
Es
imposible que hayas dicho eso,
dije,
pero lo
he oído.
¿Dónde
lo has escuchado?
¿Dónde
lo has visto?
No lo
he visto.
Lo he visto
aquí. Y
se toco
la cabeza.
Después
alguien gritó,
desde
el otro lado de la carretera,
desde
la pista de tenis,
-¡Eres
un cagón y no te atreves!
Salió
corriendo
y en
ese preciso momento
un
coche veloz lo atropelló.
Murió
en el acto.
Era un
ferretero que iba a declararse
y solo
tenía ojos para
sus pensamientos.
Su
madre y Marta lo recogieron.
Lágrimas,
pesar,
años de
vida paralela.
El
ferretero se casó
y tuvo
hijos,
nada
fuera de lo común.
Mi hijo
se escapó
y el
ferretero era un asesino a sueldo.
Vino
para callarte la boca.
¿De dónde
venías, hijo?
Ciertas
cosas no se pueden pensar
y menos
decir, a cierta edad.
Una vez
me acerqué y le dije,
-¿Quién
te paga?
Quiso
mirarme como si
viera a
un loco
pero me
miró
que me
dio miedo.
-No, no
lo llames, ya me callo.
Y no
volví a insistir.
Después
su madre lo supo todo.
Marta y
Alfonso se fueron.
¿Dónde
habías estado, antes
de ser
mi hijo, hijo mío?
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