lunes, 2 de marzo de 2020

CXL

CXL

El dictador en el parque


De niño me pasaba horas,
mi madre venía y me
castigaba,
me arrancaba del parque.
Cuando me hice dictador
lo expropié
y no había día,
si no estaba de viaje,
que no descansase en él
unos minutos.
Mi madre ya no venía
y era yo quien castigaba.
No era el parque,
era el edificio de enfrente.
Repleto de ventanas,
por el día el sol se
estrellaba contra los cristales
y había en ellos
fragmentos de árboles,
nubes que se asomaban fugaces,
trozos de cielo, azul puro
y algunos eran simplemente
rutilantes brillantes.
Mi pueblo se ocultaba tras la vida,
quería tener su intimidad.
Por la noche, la oscuridad era mi poder,
yo tenía su intimidad,
la luna complice jugaba conmigo,
rendía sus cuerpos y sus formas.
El crepúsculo acababa toda brillantez,
todo se concretaba.
Eso me fascinaba,
ese momento en que los cristales
se dan la vuelta y traicionan.
De cada ventana manaba vida y maneras,
las intimidades impuestas, el pueblo expuesto.
Prohibí las cortinas, los visillos,
las persianas. Ahora me pasa
que amanece y estoy ahí,
viendo como solo el Sol me hace frente
y dispone de mi reino.
Mi madre ya no viene.
Aquí gobierno,
este es mi parlamento.
Cuando quiero mostrarme humano
y compasivo, caritativo,
generoso,
vengo a pensar de día.
Noto que no me temen, me son esquivos,
ocultos tras el Sol.
Así consigo valor.
Si, por el contrario,
quiero dar muestras de crueldad y firmeza,
vengo de noche.
Todos expuestos, como hormigas,
no se merecen más que mi sereno respeto
y mi compasión.
No pueden ir a ningún lado,
como yo,
que regreso cada día al parque.

No hay comentarios:

Publicar un comentario