XXXi
Solo en Oslo, otra vez.
Tras casi dos años de gestación.
He tirado la toalla,
desde el centro del
ring.
Hacia una de las
cuatro esquinas.
Así ha de ser,
a partir de ahora.
Nada de refugios,
nada de techos,
nada de cadenas.
Morir como un perro,
aunque parezca
mentira,
no es lo peor.
Murió un mendigo,
en la calle,
de frío.
Pues claro, ¡no iba a
morir!
Murió en la cama,
rodeado de sus seres
queridos.
¿De sus seres
queridos?
¿Y se murió?
Pero cómo fue que
pasó, ¡che!
Morirse así, ¿Qué
pena!
Solo en Oslo, otra
vez.
O como siempre.
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