jueves, 11 de mayo de 2017

LXIX




LXIX



Hasta que punto somos perros

Mi espectáculo favorito,
que en el mismo encuadre
un mendigo harapiento
con la mano pedigüeña
casi toque
el traje elegante
del riquísimo que acaba
de bajar de
su automóvil de ensueño.
Ni que decir tiene,
lleva un reloj de oro
y una dentadura perfecta,
él, que nunca mira la hora
ni come nada duro.
Y que después pasase
como a mí, aquella vez,
en que me puse a vomitar
y vino mi perro
y empezó a comérselo
y yo viéndolo,
seguí vomitando,
y el comiendo y relamiéndose,
y yo vomitando
y el comiendo,
así,
hasta que yo
ya no era
y el perro del hartazgo
explotó, como una revolución francesa.
Ahora me pregunto,
¿No podría haber sido de
otra manera?
Que a mi perro,
como a mí,
le diese asco mi vómito,
y yo, en gesto de solidaridad,
compartiese con él
mi comida.
Me monto espectáculos
para eso, por eso.
O escribo poesía.
Es lo mismo.
Todo vómito.
O nauseas,
augurios y presentimientos
van y vienen.

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