LXIX
Hasta que punto somos perros
Mi espectáculo
favorito,
que en el mismo
encuadre
un mendigo harapiento
con la mano pedigüeña
casi toque
el traje elegante
del riquísimo que
acaba
de bajar de
su automóvil de
ensueño.
Ni que decir tiene,
lleva un reloj de oro
y una dentadura
perfecta,
él, que nunca mira la
hora
ni come nada duro.
Y que después pasase
como a mí, aquella
vez,
en que me puse a
vomitar
y vino mi perro
y empezó a comérselo
y yo viéndolo,
seguí vomitando,
y el comiendo y
relamiéndose,
y yo vomitando
y el comiendo,
así,
hasta que yo
ya no era
y el perro del
hartazgo
explotó, como una
revolución francesa.
Ahora me pregunto,
¿No podría haber sido
de
otra manera?
Que a mi perro,
como a mí,
le diese asco mi
vómito,
y yo, en gesto de solidaridad,
compartiese con él
mi comida.
Me monto espectáculos
para eso, por eso.
O escribo poesía.
Es lo mismo.
Todo vómito.
O nauseas,
augurios y
presentimientos
van y vienen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario