jueves, 4 de mayo de 2017

LXVIII




LXVIII



Política

No voy ahora
a descubrir nada nuevo
si digo que todos mentimos,
que frente al azogue de la vida
aceptamos esas arrugas como límite,
o quizás, como algo temporal, que como llegó se irá.
No es así, pero inexplicablemente nos vale.
Pero para todo hay un espacio,
un escenario,
y hay una ambición que late,
un reto sin sentido,
que ve cimas de ochomiles
por doquier.
Y sabemos que arriba no se verá mejor,
lo sabemos, las nubes lo tapan todo,
que se respirará peor,
pero también sabemos, a ciencia cierta,
que desde esa cima se nos ve mejor.
La televisión es una cima,
para que nos entendamos.
Y tener la vida de los demás
en tus manos, ya vamos llegando,
¿Qué clase de ochomil es esa cima?
Para ella hay que estar preparado,
no respirar siempre,
ser tú nunca,
porque cada voluntad, cada capricho
acecha, has de peinarlo,
si quieres que se den las circunstancias.
Lo llaman el Poder,
de la misma manera que
a joder le dicen amar,
cuando se trata de tener la vida de los demás
en tus manos…
Para que te tengan en cuenta.
Ser presidente, ser rey, ser el mayor mendigo posible.
Como un Dios, ser nada,
de tanto que se es,
a  la sombra de la Fe, esa rendición.
Dentro de esa farsa, ese teatro
que tiene la mísera prueba en esa horda
que repta tras sus babas,
querientes ellos también de su certificado de presencia.
La justificación,
ese club maldito de fantasmas que no descansan,
se relevan y aprenden, aprenden continuamente,
ellos mismos hambrientos de más.
Hay más corbatas y más trajes de los que se ven,
más dolorosas, dolorosos,
sobre las que posar la mirada,
desde, hacia, hasta, para, siempre, con
el superficial desprecio que viene de la bancada de enfrente.
Late la misma necesidad
en el mendigo que pide paz,
que en el político que pide pan.
Estoy aquí, me ves,
házmelo saber.
Es todo.
Después la paz o el pan,
aderezos de la obligada vida.
Si no fuera por ella…
Por eso también escribo poemas.
Todo es tan endiabladamente confuso.

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