LXVIII
Política
No voy ahora
a descubrir nada
nuevo
si digo que todos
mentimos,
que frente al azogue
de la vida
aceptamos esas
arrugas como límite,
o quizás, como algo
temporal, que como llegó se irá.
No es así, pero inexplicablemente
nos vale.
Pero para todo hay un
espacio,
un escenario,
y hay una ambición
que late,
un reto sin sentido,
que ve cimas de
ochomiles
por doquier.
Y sabemos que arriba
no se verá mejor,
lo sabemos, las nubes
lo tapan todo,
que se respirará peor,
pero también sabemos,
a ciencia cierta,
que desde esa cima se
nos ve mejor.
La televisión es una cima,
para que nos entendamos.
Y tener la vida de
los demás
en tus manos, ya
vamos llegando,
¿Qué clase de ochomil
es esa cima?
Para ella hay que
estar preparado,
no respirar siempre,
ser tú nunca,
porque cada voluntad,
cada capricho
acecha, has de
peinarlo,
si quieres que se den
las circunstancias.
Lo llaman el Poder,
de la misma manera
que
a joder le dicen amar,
cuando se trata de tener
la vida de los demás
en tus manos…
Para que te tengan en
cuenta.
Ser presidente, ser
rey, ser el mayor mendigo posible.
Como un Dios, ser
nada,
de tanto que se es,
a la sombra de la Fe, esa rendición.
Dentro de esa farsa,
ese teatro
que tiene la mísera prueba
en esa horda
que repta tras sus
babas,
querientes ellos
también de su certificado de presencia.
La justificación,
ese club maldito de
fantasmas que no descansan,
se relevan y aprenden,
aprenden continuamente,
ellos mismos
hambrientos de más.
Hay más corbatas y
más trajes de los que se ven,
más dolorosas,
dolorosos,
sobre las que posar
la mirada,
desde, hacia, hasta,
para, siempre, con
el superficial
desprecio que viene de la bancada de enfrente.
Late la misma necesidad
en el mendigo que
pide paz,
que en el político
que pide pan.
Estoy aquí, me ves,
házmelo saber.
Es todo.
Después la paz o el
pan,
aderezos de la
obligada vida.
Si no fuera por ella…
Por eso también
escribo poemas.
Todo es tan
endiabladamente confuso.
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