lunes, 19 de septiembre de 2016

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La fiesta del Sol

Pasan más cosas,
que risas alocadas,
jolgorio general,
caras alegres
y carnes descaradas.
Los anfitriones no pasan
en modo automático,
repartiendo copas y tapas,
cobran, reciben y despiden.
Ven las espaldas huir
pero entre medias,
entre sus dedos
se han quedado girones indelebles
cultivados durante siglos.
Él, también, se siente despojado.
¿Qué se han llevado a cambio
estos franceses, de dejar
su delicadeza y su savoir faire?
¿Y esos alemanes, escrupulosos, concisos,
disciplinados que no pueden ocultar
el eco del horror que aún perdura?
¿Y el brusco ruso, cejijunto,
primo de Tolstoi,
hermano de Lennin,
asesino de Trotsky?
¿Y el holandés, primo del pasado glorioso,
antaño bajo nuestras alabardas,
y hoy, sobre sus llamativas matrículas,
neutro, distante
blanco, fino y bello?
¿Y ese estirado inglés
y su esposa de cara caballuna,
que hablan como en las películas
versión original,
intentando parecer americanos?
Todos aprenden,
hasta el amo que reprende
al camarero parsimonioso,
ha vuelto innecesariamente tres veces
a la mesa de los finlandeses,
ha tomado nota
de que un árabe refinado
habla un español perfiecto.
El policía municipal,
como ponerse ante un francés,
 un alemán, un ruso y un inglés,
¿Qué chiste la vida!
En verano, las plazas de los pueblos
se convierten en aulas,
llenas de alumnos, les dicen turistas,
como a los albañiles camareros,
para toda Europa,
gracias al sumo sacerdote Sol.
 Se levantan y se van
pero él ya ha tomado nota.
En otoño, tiene clase en Finlandia.

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