domingo, 9 de abril de 2017

LXVI

LXVI

Mi vida sigue otro ritmo. El semáforo está en rojo. Policías

El semáforo está en rojo
y yo apenas me he podido detener.
El policía que todos llevamos dentro
me ha mirado fijamente, eso es algo
que sólo las almas cándidas no saben hacer bien,
después afiladamente,
después se ha desentendido
y ha seguido con las otras cosas de la vida.
-Señor policía discúlpeme,
pero mi vida sigue otro ritmo,
estaba en otro sitio.
Y de ninguna manera
quiero que piense que deseaba atropellarle,
que deseaba pasar con mi corazón
por encima de usted,
destriparlo y escuchar el último pitido
de sus intenciones
como si fueran las trompetas del juicio final
o como si con las ondas sonoras se le fuese el alma,
todo tan mítico, trágico, típico.
El último silbido de su pito.
Ni por supuesto ver sus tripas reptando
fuera de usted en el riachuelo rojo
que se lleva todo lo que usted era.
De ninguna manera, señor policía.
Es que mi vida sigue otro ritmo.
Soy ajeno a  los párquines,
los híperes,
los drugstores,
los hípores,
la coca-cola, odio tener que mencionarla,
y los congelados que nos dejan helados.
Me agrada más en los cruces
ver a la amabilidad dirigiendo
el tráfico de los deseos.
Usted no deja de ser un espanta pájaros, señor policía.
Sea amable, señor policía,
acérquese a mi ventanilla
y después de saludarme
dígame amablemente, siga, señor, siga.
O mejor, sigue, muchacho, sigue.
Dígamelo, señor policía.
No deje que ese palitroque
se ponga verde y me diga
que he de hacer.
De verdad, le digo, señor policía
que mi vida sigue otro ritmo
y el color negro no es un color
que ese poste sifilítico me pueda explicar.
Su corazón latiendo en el último grito
pondría color a la tarde. Nadie reía,
pero al menos con sus miradas
dibujaban un perfil sobre mí
 que cobijaba algo indefinible que ellos
no alcanzaban a palpar.
El semáforo no podía hacer más,
verde, ámbar, rojo.
Ámbar rojo, verde.
Y al fin rojo, verde, ámbar.
Rojo, verde, ámbar hasta el final.

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