LXII
A su pesar
perdió
A su
pesar, perdió
la
juventud.
La
lejana lozanía le era
a mi
pesar
baldón
lastimoso, para ella
que frenaba
la afrenta con pasividad.
No la
del volcán muerto, quien sabe si dormido,
ni la
del árbol milenario, resignado
y
apenas inteligente.
Era la
inmovilidad majestuosa de la muerte,
tan
inexorablemente temida, tan tenue.
A mi
pesar, de sí,
de las
agostadas carnes, de los ojos resignados,
fue
surgiendo un aura
que
fabricábamos los dos y que fue conformando
una
excelsa figura de joven belleza
que
superó
la más
alta idea y deseo
que yo
de su belleza
en
nuestra temprana amistad
había
imaginado.
LXIII
Adjetivos
como cadenas
¡Qué
pretenciosidad!
Poner
adjetivos es apropiarse
de algo
para ti, sin consenso.
Un
solvente ingeniero,
un
afamado cirujano,
un
arquitecto talentoso,
un
mendigo astroso,
una
puta maloliente,
un
amigo interesado,
un
político honrado.
¿Quién
lo dice?
¿Con
qué derecho?
¿Se ha
consultado a los sistemas montañosos?
¿A los
océanos?
¿A los
astros?
¿Saben
algo del asunto
los
animales de la sabana africana?
¿Se ha
buscado unanimidad?
Cada
uno de nosotros es un tirano frustrado,
ponemos
adjetivos como cadenas
y las
exhibimos ufanos.
La
mujer amada, por ejemplo.
No
tocar.
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