sábado, 4 de marzo de 2017

LXII y LXIII

LXII



A su pesar perdió

A su pesar, perdió
la juventud.
La lejana lozanía le era
a mi pesar
baldón lastimoso, para ella
que frenaba la afrenta con pasividad.
No la del volcán muerto, quien sabe si dormido,
ni la del árbol milenario, resignado
y apenas inteligente.
Era la inmovilidad majestuosa de la muerte,
tan inexorablemente temida, tan tenue.
A mi pesar, de sí,
de las agostadas carnes, de los ojos resignados,
fue surgiendo un aura
que fabricábamos los dos y que fue conformando
una excelsa figura de joven belleza
que superó
la más alta idea y deseo
que yo de su belleza
en nuestra temprana amistad
había imaginado.


 LXIII



Adjetivos como cadenas

¡Qué pretenciosidad!
Poner adjetivos es apropiarse
de algo para ti, sin consenso.
Un solvente ingeniero,
un afamado cirujano,
un arquitecto talentoso,
un mendigo astroso,
una puta maloliente,
un amigo interesado,
un político honrado.
¿Quién lo dice?
¿Con qué derecho?
¿Se ha consultado a los sistemas montañosos?
¿A los océanos?
¿A los astros?
¿Saben algo del asunto
los animales de la sabana africana?
¿Se ha buscado unanimidad?
Cada uno de nosotros es un tirano frustrado,
ponemos adjetivos como cadenas
y las exhibimos ufanos.
La mujer amada, por ejemplo.
No tocar.

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